Entrada original publicada en la revista 87 Grados


El sábado por la mañana estoy de nuevo en la capital. Obligaciones familiares me permiten volver a disfrutar del ambiente de la plaza y ver la evolución de la misma en los primeros cinco días.

Todo ha crecido de forma exponencial en estas horas. Han generado una estructura más desarrollada que la última vez que la vi. Una estructura no jerarquizada. Decisión autónoma e independiente de las comisiones que se traslada a la asamblea general por si pudiese ser asumida por toda la acampada.

Se ve gente de todo tipo. Los padres de mi pareja que venían con nosotros (o nosotros con ellos, aún lo tengo del todo claro) están alucinando con el nivel de los debates generados en los corrillos. Incluso en algún momento se atreven a formar parte de alguna de las asambleas o comisiones. Mención especial merece la comisión de discapacidad (o capacidades diversas
funcionalmente como me corregirían los talibanes del tema) que me pone los vellos de punta. Síndromes y dolencias de todo tipo se ponen en común. Techos de cristal que los que tenemos mala salud de hierro no podemos ver. Barreras que para nosotros son pequeñas molestias se ponen de mani?esto como verdaderos in?ernos para algunos.

Al menos parece que la(s) plaza(s) está(n) recuperando el papel que nunca debió perder. Se recupera el diálogo y el debate. Se vuelve el centro de la vida urbana y no un mero lugar de paso.

El trato cordial de todos con todos (acampados y voyeurs) me es extrañamente ajeno. Da la sensación, y más si cabe en megaciudades como Madrid, que no podemos dialogar con el que comparte intereses con nosotros por el mero hecho de no conocerlo. Aunque esté al lado nuestra leyendo el mismo periódico o riéndose del mismo chiste que acabamos de escuchar. Punto a favor de la #acampada.

Fin de los viajes y vuelta a la acampada local. Pasan los días y justo en el momento en el que todos pensábamos que lo mejor sería que levantasen el tenderete, llega la represión policial sin sentido. Las plazas de toda España
se llenan de nuevo y el movimiento toma la fuerza que había perdido y que necesitaba para la necesaria expansión a barrios, pueblos y universidades, que es donde tiene todas las posibilidades de continuar sin desfallecer.

El resto está transcurriendo mientras escribo…